Las 'culpas' de Internet

Alejandro Piscitelli *

Todos los días leemos y vemos sandeces sin fin que tienen a Internet como objeto o sujeto. Desde la campaña hecha por unas pechochas inglesas para que Mark & Spencer no les cobre un sobreprecio mamario, hasta el Papa que considera que tanta información dispersa socava los valores de la unidad nacional –especialidad bien contrarrestada por la Santa Inquisición.

En el medio y aprovechando la volada, los politicos de furgón de cola dicen estar en Twitter, especialmente cuando algún vivo les gana de mano y les protoclona el sitio que ellos aún no habían imaginado, ni siquiera sabido, previsualizar.

Con tanta cacofonía dando vuelta, irrita, aburre y perturba una discurso vacuo a favor o en contra de la democracia –impulsado por Tirios y Troyanos– y por ello resulta más que difícil terciar inteligentemente (o al menos aportando algún grano de inteligibilidad) en temas mayores como son (o deberían ser) las relaciones entre medios y democracia, y mucho más específicamente entre Internet y democracia.
Por suerte tenemos entre nuestros amigos virtuales gente seria que aporta, como fue el caso del post de Andres Schuschny, Democracia Recargada: en la Red se puede. Lamentablemente lo vi cuando había terminado de escribir estas rumiaciones. Prometo la próxima vez metabolizarlo antes y mejor.


¿Contra la electricidad?

Preguntarse si Internet es buena o mala para la democracia, es lo mismo que preguntarse si la electricidad es buena o mala para la democracia. Porque si bien es utópicamente imaginable suponer que pueden existir sociedades igualitarias sin electricidad (¿las hubo alguna vez en el pasado, como sostiene Pierre Clastres en La Sociedad contra el Estado remitiendo a las sociedades guayakís o aché, los guaraníes y los yanomami?), es inimaginable en el mundo actual, donde todas las potencias del mundo son muy fuertes en capital material y cultural eléctrico y quien no conversa en sus propios términos acabará esquimogenizado (fagocitado cultural y tecnológicamente).

Como bien lo avizora Nicholas Carr en El Gran Interruptor. El mundo en red de Edison a Google, en menos de una década Internet será tan omnipresente como la electricidad, y a pesar de su acceso asimétrico igualmente será condición sine qua non de desarrollo (desigual). Por consiguiente, la pregunta por su democraciofilia será tan irrelevante como aquella otra acerca de la democraciofilia de la electricidad.

Por ello, quien hoy quiera hacer una apología de Internet en el campo político tiene infinitas fuentes donde abrevar. Nunca ha habida tanta (posibilidad) de comunicación como hoy. Nunca los horrores más atroces pudieron esconderse más de unas semanas o meses gracias al poder denunciador de la red. Sin Internet movimientos como el de la “antiglobalización” apenas hubieran podido existir. La “sociedad civil internacional” que se está desplegando ante nuestros ojos no hubiera sido posible sin Internet. Por no hablar de la gran variedad de actuaciones y programas públicos que muchos organismos oficiales ofrecen a los ciudadanos en una ilimitada cantidad de páginas web. Muchas de ellas incluso incorporando la posibilidad de recibir críticas o sugerencias de los ciudadanos.


Internet como un agujero negro político

A pesar de tanta promesa y muchas veces cumplimiento, igualmente se le hacen a Internet críticas que merecen consideración y respuesta. Como la que esboza Alfonso Gumucio Dagron, citando a Jesus Martín Barbero para quien “Internet no puede sustituir el espacio público de las expresiones colectivas porque tiende a perder en el camino la perspectiva de nación para reducirla a la de grupos de interés y porque devalúa la representación de la diversidad ”.

Barbero no está solo en esta lucha y sabiéndolo o no, cuenta en sus filas con un adalid de fuste. Nada más y nada menos que con Cass Sunstein (autor de obras claves sobre la ecología interneteana como Infotopia: How Many Minds Produce Knowledge, Republic.com 2.0 & Nudge: Improving Decisions about Health, Wealth, and Happiness).

Sunstein, uno de los más relevantes constitucionalistas de Estados Unidos, conocido precisamente por sus escritos en defensa de la libertad de expresión y, en general, por sus actitudes cívico-republicanas, anatemiza igualmente a Internet partiendo de una previa toma de partido a favor de un exigente concepto de la democracia como es la democracia deliberativa.

Es sabido que ésta pone el énfasis en todos aquellos procesos políticos que favorecen el intercambio de opiniones, la reflexión y la responsabilidad, y se aleja de una concepción del espacio público donde los distintos ciudadanos se encuentran exclusivamente para alcanzar compromisos sobre posiciones e intereses prácticamente cerrados.


La pérdida de los mediadores

Lo que asusta a Sunstein como lo corroboró muy especialmente en República.com es la funcionalidad que posee Internet para ahondar en la creciente tendencia hacia la “individualización”.

Gracias a aplicaciones, mecanismos de automatización, filtrados colaborativos y otras herramientas “inteligentes” por el estilo, los individuos se conectarían con páginas, temas, opiniones o personas que responden a un interés previo ya decidido.

Al ver sólo lo que les interesa, al descuidar aquello que no va con ellos, al poder con una facilidad asombrosa, e inexistente en el mundo del papel discriminar lo que no cuaja o concuerda con sus intereses, se corre el riesgo –comprobado por los investigaciones de Sunstein– de caer en una actitud privatizada frente a lo político. Peor aún. Dada la xenofobia, la “apología del odio” y otras conductas no menos racistas y discriminatorias, quienes –en ausencia de la red– se asfixiaban en su soledad, pueden ahora establecer “comunidades virtuales” en la que poder cobijarse. Se multiplica así el poder de destruir y maltratar.

Si Sunstein está muy preocupado por estas amenazas de Internet –en lo que concuerda y profundiza la desconfianza y el rechazo esbozados por Barbero & Gumucio Dagron–, donde su resistencia llega más lejos es ante la posibilidad de un “periódico a la carta”, ”mi diario personalizado”, facilitando de este modo el refuerzo de la opinión propia el descrédito de la ajena. Cada diario a medida es un iceberg, las posibilidades que permitía el papel de hojear otros temas y otras posturas se desvanecen y el resultado es un mundo de mónadas leibnizianas sin contacto alguno con la alteridad.

Darle a la tecnología lo que es de la tecnología y a las prácticas democráticas lo que es de las prácticas democráticas.

Si hurgamos un poco en las entrañas acerca de la polémica medios/democracia nos daremos cuenta de una extraña paradoja. Si Sunstein/Barbero desacreditan tanto el poder democratizador de Internet, ello no se debe tanto a los peligros que encarna la red, cuanto a las dificultades crecientes de la democracia. Y sus prevenciones son buenas sobretodo cuando ahondando en el tema (como lo hace Pierre Rosanvallon en La contrademocracia. La política en la era de la desconfianza), nos encontramos con un crecimiento imparable de la desconfianza política –ingenua e cínicamente atribuible exclusivamente a las tecnologías de la comunicación. Para Rosanvallon la organización de la desconfianza (las protestas callejeras sin fin son una de sus manifestaciones) no alcanza para hacer un relato de la sociedad, porque ésta no es la suma de sus partes, ni la de sus voces, ni las de sus demandas. Ese es el lugar de la política que no solamente ve la confrontación de diferentes intereses particulares. Se trata (debería tratarse) de un espacio muy único donde se forman las reglas de la vida común. Lo propio de la política es organizar el conflicto, tronchar en un punto el debate, hay intereses en conflicto y se elige entre ellos.

Las elecciones fuerzan a hacer una opción que corta la discusión. Al mismo tiempo hay que organizar el consenso. Al principio se fantaseaba que podía conseguirse pleno consenso, que la división era una patología, que podía llegarse a la superadora, unanimidad. No es así: hay conflictos de intereses, de clases, culturales… insuperables/ insuturables. El gran desafío de la democracia tal como la conocemos consiste en articular un régimen de deliberación con uno de decisión. El problema es la filosofía política centrada en uno solo de los dos aspectos: el decisionista o el deliberativo. Hay un faltante, allí. Y toda la teoría política contemporánea se devana los sesos tratando de verlo emerger (las contribuciones de Roberto Esposito, Sheldon Wolin, y varios mas van en esa dirección).


Cuando la tecnología no es una ficción

Gracias a estas observaciones vemos mucho más claro el tema. Mal podría Internet perfeccionar lo que ya está sumamente maltrecho. Mal podría Internet, como tecnología remediar lo que está desarticulado en el terreno social. Se acusa a Internet de interrumpir los procesos deliberativos. Se acusa a Internet de alienar a los ciudadanos y de convertir a la plusvalía cognitiva en un autismo edulcorante y pastoso. Se acusa a Internet de ser un narcótico solipsista y un generador de divisiones y fragmentaciones sociales sin fin –y hasta el Papa Benedicto XVI se prendió en la movida.

Se acusa a Internet de lo mismo que se acusó antes a la Televisión. En realidad la gran guerra contra Internet está mediatizada y orquestada por los medios convencionales –y por sus mandantes politicos– y en particular por los diarios de papel.

La crítica que absolvería a los medios gráficos sería creíble si los Grandes Medios fueran aún (¿alguna vez lo fueron?) depositarios del interés general. Pero hace rato que la objetividad y la opinión fundada han dejado lugar al monopolio de los intereses y a la subordinación del negocio de los medios a mandantes mucho más grandes que ellos.

Por otra parte creer que Internet es una totalidad sólo sirve para recordarnos que “la Totalidad es lo falso”. Hay tantas Internet como hay actores involucrados en su constante reinvención. No es lo mismo la campaña de Obama en Internet, que la campaña de Google en China haciéndole pito catalán a la libertad de prensa a favor de los propios negocios. No es lo mismo el voto electrónico entendido como un parche de un sistema que hace agua por todos lados, y que no tolera –ni quiere– la transparencia y la deliberación, que formatos de democracia participativa que encuentran en la red posibilidades de discusión permanente, métodos de elección, formas parainstitucionales de política y sobretodo pasión, energía y alegría en la construcción ciudadana a caballo de los mundos real/virtual.

Decididamente imaginar a Internet de un lado y a la democracia del otro es tan ingenuo y brutal como imaginar a la electricidad de un lado y a la democracia del otro. Claro que con la electricidad –pace Alfonsín– no se come, no se cura y no se educa… a todos por igual. Y lo mismo pasa con Internet. Que dejada al albur del mercado genera infohabientes e infodestituidos por igual. Pero que estatizada según el gobierno de turno no genera tampoco la equidad que promete.

Pero la tecnología –e Internet lo es en el sentido más integral de la palabra– no es una ficción instituyente. Jamás podrá curar por sí misma a la democracia mientras que la economía, la (im)política, la apatía ciudadana y hasta la la propia contrapolítica hacen lo imposible por dejar al mundo tal cual está. En el mundo virtual la arquitectura es la política de la red. Democratizar esa arquitectura es el gran desafío del futuro de Internet. Seguir discutiendo indolentemente acerca de privacidad, seguridad y de los riesgos que corre la democracia a manos de la Internet actualmente existente es esquivar el bulto y caer en la precariedad de un discurso demonizador y autodestructivo.


* Alejandro Piscitelli es coordinador del Proyecto Facebook en la carrera de Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, en Argentina.

Sala de Prensa -> http://bit.ly/vW5Ga

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